sábado, 7 de noviembre de 2020

INCIERTO

mi Corazón, 

colgando de un hilo

frágil e incierto Destino-

que le espera

cuando tu palabra 

Corte

el aire que nos une.


-SOFIA LEVIAGUIRRE

viernes, 6 de noviembre de 2020

OJALÁ

Ojalá sientas algo 

cuando en tus labios 

mis besos vayan

a descansar.

Ojalá con el viento 

tu alma se quede sin aliento

y entre grtitos logre

sus penas expiar 

y encontrar en el cielo 

la tormenta celestial

que con sudor y sangre, 

tu sed ha de calmar. 

Ojalá.


-SOFIA LEVIAGUIRRE

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Expresión Común

¡Ay! 

Si supieras 

cuantas noches te he esperado, 

si entendieras 

que mi amor has condenado,

tal vez entonces 

no serías cruel aliado 

del destino 

que nos mantiene separados.

Ay si, no te creo. 

Ay si, yo te quiero. 

Ay si, ay no, 

hay que tener coraje 

para jugar con el corazón. 


-SOFIA LEVIAGUIRRE

GIRASOL

Los astros 

contenidos en una estrella 

y una estrella 

contenida en una flor;

una flor radiante y bella 

coma aquella 

a quién los astros, 

constantemente, 

le hacen el amor.

Crece en mi pecho, 

un hermoso girasol. 

martes, 3 de noviembre de 2020

Pandemia atemporal

Me arde la memoria cuando pienso en el “antes”. Ese antes donde todo era posible, cuando las cosas ocurrían y nadie se lo cuestionaba. Extraño el sol acariciando mi rostro cuando camino por el parque. Extraño el aliento fresco de la mañana que todos los días llenaba mis pulmones. Extraño la estación y los camiones. Pero sobre todo, extraño a la gente. 

    Es verdad que aun quedan personas que van y vienen. Seres de ojos opacos que me miran con desconfianza cuando paso junto a ellos.
El mundo está plagado de sus respiraciones retenidas, sus palabras tartamudas y sus alientos medio muertos. Pero extraño a la gente de antes; aquellos que me miraban con una sonrisa y me saludaban con emoción. Extraño esas tardes ligeras que pasaban desapercibidas entre tantos deberes. Extraño salir sin sentirme juzgada por mi manera de respirar. Extraño hablar, y reír, sin ser una amenaza para el mundo. Extraño los momentos imperceptibles que ahora me faltan, pues aunque estén ahí, a mi alcance, no me sirven. ¿cómo puedo aprovecharlos, si debo hacerlo sola?

    He decidido que es mejor no salir. Es necesario, sí, pero también es mejor- o al menos se siente mejor- si lo decido yo. Me he engañado con la idea de libertad, me he repetido infinitas veces que este aislamiento es voluntario con la esperanza de que, eventualmente, una parte de mí lo crea. Hasta entonces, saludo al tiempo como un viejo amigo, distante y constante, que pasa por mi ventana cada día, sin detenerse a platicar. 




-SOFIA LEVIAGUIRRE

lunes, 2 de noviembre de 2020

Una telaraña en mi garganta

Estabas sentada frente a mí. Me mirabas de reojo, con asombro entre tus ojos y una sonrisa sutil descansando sobre tus labios. Tu cabello obscuro mezclado con hilos de luna enmarcaba tu rostro a la perfección. Trabajabas en algo importante, o al menos eso parecía. Tecleabas implacablemente sobre tu computadora, la misma de siempre, gris y aburrida, con un pequeño punto azul en el medio del teclado, que usabas como mouse. Yo estaba frente a ti, callada. Tenía un nudo en la garganta; una telaraña de palabras que no podía, o quizás, no sabía desenredar. 


La tarde transcurría lentamente, como una tormenta pasajera que se escucha en la distancia, pero nunca llega. La luz en el cielo cambiaba con tus humores. Cielo azul, tú tranquila; cielo rosa, tú alegre, sonriente, amorosa; cielo rojo, tú furiosa; cielo negro, mirada distante y emoción ausente. 


Nunca entendí la conexión inherente que existía entre ti y el ambiente, pero siempre supe que era inevitable. A mí me parecía mágico, y a ti, normal. Todos los días era lo mismo, hasta que, una tarde de verano, el cielo se tornó verde y tu desapareciste. 


Hace cinco años que te estoy buscando, cada tarde, cada noche, entre las nubes grises y las gotas de lluvia, busco la luz verde que te abstrajo en el espacio. Aún no la encuentro. A veces, pienso que nunca lo haré, pero no pierdo la esperanza. Con cada tarde lluviosa, espero ansiosa tu regreso, con cada tormenta pasajera, ansío compartir contigo aquél secreto que aún habita en mi garganta, aunque no estoy segura del porqué.

Ella y yo


Somos cuatro en esta casa, pero siempre sentí que eran tres contra dos. 

Mamá es rebelde, Papá es ingenioso, y José, mi hermano, es un poco de ambos. Yo, sin embargo, nunca pude combinar los factores, al menos no de la manera correcta. Soy rebelde, pero responsable y ordenada, también soy inteligente, pero en una forma más artística, más inútil. 


Cuando era pequeña, pensaba que esto era normal, que había nacido para no pertenecer, ni aquí, ni allá; ni en casa, ni en la escuela. Con el paso del tiempo, me percaté de lo inusual que era mi situación. Escuchaba a las demás niñas de mi edad sentirse ajenas a un grupo, pero no al otro. Aquellas con problemas en casa, tenían amigos, y aquellos solitarios sociales, eran compañeros de sus padres o hermanos. 


Entonces la conocí.


Fue durante una tarde lluviosa, de esas que todo el mundo odia, pero a mí me encantan. El aire helado convertía mi cuarto en el polo norte, mientras la lluvia empapaba la ventana, formando un arte natural con el llanto celeste. A eso de las seis de la tarde, cuando aún quedaba una tenue luz del día, la vi aparecer en el espejo abandonado de la esquina. Era magnífica: su cabello castaño, ligeramente rizado y con rayos dorados escondidos en su melena. Sus ojos, café, aparentemente ordinarios, escondían el poder del sol y las estrellas, y su voz, con una dulce firmeza, me aseguraba que todo iría bien. 

Han pasado ya diez años desde aquella tarde, y nunca pensé que la volvería a ver, pero anoche, antes de irme a la cama, me atreví a mirarme en el espejo de nuevo.


-SOFIA LEVIAGUIRRE

INCIERTO

mi Corazón,   colgando de un hilo frágil e incierto Destino- que le espera cuando tu palabra   Corte el aire que nos une. -SOFIA LEVIAGUIRRE